Un golpe mortal a la democracia
Nicaragua se acerca al precipicio. En 2006, Daniel Ortega se vistió de oveja para llevar a cabo su campaña, pero sacó su lobo interior una vez que llegó el poder.
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La crisis política nacional de Nicaragua se debate entre la violencia y la rabia del desgobierno a la defensiva, y la división dentro de la oposición; un pleito político, en el que hay mucho menosprecio, crítica, e incluso manoseo de la realidad. Estas acciones no son atípicas de Nicaragua, representan una creencia muy profunda de nuestra cultura política: que el Gobierno solo lo puede administrar el político perfecto y cada uno de nosotros se siente con la superioridad moral para juzgar quien es o no digno de ser considerado perfecto.
El resultado tiende a ser la eliminación de todos y cada uno de los aspirantes al poder. Se aplica el ‘empate doloroso’; nadie gana, porque todos creemos tener la razón que ninguno es bueno. [...] Entonces, cada uno trata de ‘comprar’ su reconocimiento, derecho o ‘perfección’ con transacciones o favores para ganarse el trofeo, el visto bueno de ‘notables’, léase: Iglesia Católica, la cual por estar más cerca del cielo, el político le otorga más valor a esa ‘bendición’; los grandes empresarios, y las embajadas de los gobiernos más influyentes en Nicaragua, y la autoridad moral de los tranqueros de abril 2018.
La paradoja está en que la gente promedio actúa como juez y jurado: quieren perfección pero permiten transacción, y por ende desconfían de todos porque conocen el ‘secreto’ del arreglo del camino al poder. Entonces, al final la complicidad nos incluye a todos. He ahí el demonio de la política nicaragüense: Todos saben (o sabemos) que detrás de un político hay un arreglo y detrás de un arreglo hay una historia ‘turbia’ o no transparente ¡porque los que buscaron favores, escondieron en secreto que estaban haciendo transacciones! ¡Pero es un secreto a voces!
En gran parte es porque la figura del caudillo surge como un factor definidor dentro de la política. Es la personificación de lo que puede ser perfectible con base a la legitimidad que ese personaje se gana por la fuerza, el simbolismo machista del hombre fuerte, de arriesgado y de amigo del populacho. El caudillo compra sus favores con le élite a cambio de su lealtad, y con la gente a cambio de prebendas. Pero todo es transaccional. Por mucho tiempo, Daniel Ortega ha sabido manipular y usar estos demonios políticos a su favor, creando su mazorca compuesta por el grupo de ‘favorecidos’, depositando sus secretos en la cuenta transaccional del intercambio de penas por silencio, apoyo y voto.
(1) Descartar la perfección política, e introducir el método justo que precise la distribución del poder político.
(2) En vez de glorificarla, hay que anular la desconfianza. El acto de hacer a un lado lo que uno desconfía del otro, va dejando solo el valor humano de éste, y a partir de ahí construir puentes entre iguales, pero con distintos pesos.
(3) El riesgo político tiene que medirse con más certeza, pero sin miedo: ¿Cuál es el costo político de poner a los partidos políticos en su lugar, sabiendo que se puede perder un espacio en la ‘casilla’, y arriesgarse a quedar sin partido?
(4) Hay que apostarle al futuro. Es una fuente de confianza. El electorado nicaragüense quiere y pide alternativas, soluciones, perspectivas futuras, y entrega. El futuro, ese entorno que desconocemos, ofrece mas oportunidades que el presente y el pasado dictatorial.
(5) Hay que desatanizar la negociación y los acuerdos políticos. Vivimos en la era de la cooperación compleja, la cual requiere de lograr agendas, acuerdos y perspectivas sobre adaptación en la era global entre actores diversos, con intereses complejos.
Nicaragua se acerca al precipicio. En 2006, Daniel Ortega se vistió de oveja para llevar a cabo su campaña, pero sacó su lobo interior una vez que llegó el poder.
Centroamérica no va para adelante, ha retrocedido en momentos cruciales de la historia de la civilización. La región está pasando por una de las crisis más severas de su historia.
Ahora que los nicaragüenses han encontrado la valentía para mostrar su descontento con el gobierno de Ortega —y el presidente no ha podido eludir la aplicación de mano dura—, ¿cómo puede evitarse que el país se sumerja en el caos?