El deshielo con Cuba y la región

˙ Voces

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Hasta el 17 de diciembre de 2014 resistían en el mundo dos muros de la Guerra Fría: El paralelo 58 que divide a las dos Coreas y el estrecho de Florida que separa a los Estados Unidos de la isla de Cuba. Ese día, el presidente Barack Obama anunció que pondría fin al aislamiento diplomático impuesto por el presidente Eisenhower -tras el giro hacia el comunismo de Fidel Castro- y reforzado por sus sucesores, aun en los años siguientes a la caída de la Unión Soviética.

Que esta política había fracasado en promover un cambio en la isla estaba claro desde hacía mucho tiempo. Sin embargo, fue el presidente Obama quien tomó la decisión de terminar con este resabio de épocas pasadas. La apertura de embajadas en Washington y La Habana fue un símbolo profundo de los nuevos tiempos, pero faltará mucho –sobre todo el levantamiento del embargo comercial y mejoras en la situación de derechos humanos en Cuba– hasta que el vínculo quede plenamente normalizado.

Como señaló el propio Obama en su discurso al anunciar el reacercamiento con La Habana, el camino no será fácil. La normalización diplomática y las nuevas oportunidades comerciales abiertas a pesar del embargo tendrán efecto en el largo plazo.  La aparición de nuevos liderazgos en la isla es inevitable – lo impone la biología. Raúl Castro ha indicado que dejará la presidencia de Cuba en 2018, y con él la generación que lideró la revolución. La decisión de Obama de terminar con el aislamiento de la isla posiciona a los Estados Unidos para tener una mayor influencia sobre los próximos dirigentes cubanos.  

Además de la relación bilateral Estados Unidos-Cuba, el llamado “deshielo” ha tenido consecuencias para la relación de Washington con América Latina. La resistencia estoica del gobierno de la pequeña isla a ceder ante la presión de la primera potencia mundial –aunque sea a costa del bienestar y las libertades de los cubanos– siempre generó simpatías en América Latina. El gesto simbólico de viajar a La Habana y tomarse una foto con Raúl y –sobre todo- Fidel Castro ha sido una forma fácil de demostrar independencia en política exterior para líderes latinoamericanos de diversa extracción ideológica.

La exclusión de Cuba había sido un obstáculo creciente en cada Cumbre de las Américas.   Esta tensión llegó al límite tras Cartagena 2012, cuando muchos gobiernos de la región dejaron claro que no asistirían a la próxima reunión si la isla no participaba. La imagen de los presidentes Obama y Raúl Castro conversando animadamente solo tres años después, en la cumbre de Panamá, recorrió el mundo, y marcó una nueva etapa para estos encuentros hemisféricos.

No hay dudas, entonces, de que el cambio de Obama hacia Cuba –aunque solo sea en el plano diplomático- ha tenido un impacto positivo en las relaciones hemisféricas. Lo que está menos claro es que haya marcado una transformación profunda en el enfoque de los Estados Unidos hacia la región. En todo caso, la decisión de remover este obstáculo a los vínculos con América Latina, sumado a ciertos cambios políticos en la región, brindan una oportunidad para mejorar las relaciones. En ese sentido, el contexto latinoamericano será en el futuro cercano mucho más favorable para los Estados Unidos que en los últimos 15 años.

Para los tomadores de decisiones en Washington, la mayoría de los países de América Latina siguen siendo algo ajenos, geopolíticamente secundarios y en ocasiones  hostiles a las iniciativas regionales de los Estados Unidos. Más que un relanzamiento profundo de su enfoque hacia la región, lo que signó a la administración Obama fue su abordaje pragmático en la relación con el hemisferio. El reacercamiento a Cuba se inscribe en ese marco.

Desde el fracaso de la iniciativa del Área de Libre Comercio de las Américas en 2005 –rechazada por los países Sudamericanos– no ha habido una iniciativa trascendente de Estados Unidos a nivel hemisférico. Más allá de la novedad en Panamá, las cumbres de las Américas suelen estar regadas de buenas intenciones y pocos avances concretos. En los últimos años Estados Unidos ha lanzado acciones importantes -como el apoyo al proceso de paz Colombiano y el programa educativo “la fuerza de 100.000”- pero no parece tener una estrategia de largo plazo para fortalecer los vínculos con el conjunto de América Latina.   

Durante los últimos años, el escenario político en la región llevó a los Estados Unidos a concentrarse en fortalecer los vínculos con un número limitado de países, particularmente en el arco del Pacífico. Los tomadores de decisiones en Washington consideraron que esa era la mejor estrategia dada la proliferación de gobiernos de tinte izquierdista y profundamente antiestadounidenses. También marcaban la fragmentación y las diferencias entre los países latinoamericanos, que hacían más conveniente mantener una política individual ante cada uno. Hoy esa realidad parece estar cambiando: Venezuela avanza hacia el precipicio político y económico con un Chavismo debilitado, Argentina eligió a un empresario liberal como Presidente y en Brasil solo la crisis política demora la implementación de medidas de ajuste y liberalización que se perciben como imprescindibles.   Estas transformaciones en América Latina podrían generar un escenario favorable a vínculos más intensos de los Estados Unidos con todo el hemisferio.

Dependerá del próximo Presidente de los Estados Unidos –y de sus contrapartes latinoamericanos- aprovechar esta oportunidad para profundizar la calidad de las relaciones hemisféricas. En comparación con prácticamente todo el mundo exceptuando a América del Norte y Europa, América Latina es una región culturalmente diversa pero estable, y abrumadoramente democrática. El potencial económico y político de los millones de latinoamericanos que entraron a las clases medias en la última década es enorme, aunque la reciente desaceleración económica ha puesto esto en entredicho.

Sin recurrir a grandes esquemas de integración –que han tenido resultados decepcionantes en el pasado- existe una gran oportunidad para incrementar la cooperación entre Estados Unidos y los países de América Latina. Para ello, al igual que Obama hizo con Cuba, sus sucesores deberían recordar que los Estados Unidos promueve mejor sus intereses y valores cuando se acerca a los gobiernos y ciudadanos de América Latina sin prejuicios y con visión de futuro, en vez de intentando imponer el peso de su poderío económico y geopolítico.