Desarrollo de la Primera Infancia para el desarrollo del capital humano

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Por Eduardo Vélez Bustillo

En respuesta a un post anterior del blog de PREAL que escribí sobre lectura en grados iniciales como una forma de mejorar la calidad de la educación en América Latina, un buen amigo y experto internacional en Desarrollo de la Primera Infancia (DPI) me sugirió que los esfuerzos de introducir la práctica de lectura deben comenzar a nivel preescolar (tanto en el aula como en la casa).

Estoy totalmente de acuerdo con él y con Masaro Ibuka, co-fundador de SONY, quien en 1971 escribió un libro con el mensaje de que el kindergarten es demasiado tarde para comenzar a desarrollar el capital humano. Asimismo, James Heckman, ganador del Premio Nobel en Economía, dijo en 2001 que no podemos permitir posponer la inversión en los niños hasta que se conviertan en adultos, ni podemos esperar hasta que lleguen a la escuela – un momento en que tal vez sea demasiado tarde para intervenir.

La razón por la que estoy de acuerdo con ellos es porque el DPI puede ser la inversión educacional más rentable.  El DPI tiene una alta tasa de rendimiento, en parte porque ocurre durante una época en que el cerebro humano crece más (vea la Figura 1). Si un niño no recibe el apoyo necesario en esta etapa de su vida, se pueden perder oportunidades – una desgracia que he visto muchas veces.

Además, la evidencia empírica de países – en su mayoría pero no exclusivamente – de altos ingresos muestra que la calidad del DPI aumenta el éxito educativo y la productividad de los adultos, y disminuye el gasto público en el futuro. Como ejemplos del primer tipo de impacto, se asocia el DPI con mejoras en el rendimiento en las pruebas educativas en el nivel básico; la reducción de la repitencia y la deserción escolar; un aumento en las tasas de graduación de la secundaria; la reducción de problemas de conducta, delincuencia, y crimen; y mejor empleo e ingresos. En cuanto a la reducción de los gastos públicos, el DPI aumenta la efectividad escolar y reduce costos de los servicios sociales, la delincuencia, y la salud (el embarazo de adolescentes y el tabaco). Y, por último, reduce la dependencia en asistencia por parte del estado.

Los que hacen políticas educativas en América Latina y el Caribe, donde el 30% de los niños de edad pre-escolar no están matriculados en programas de DPI, deben prestar atención a las buenas prácticas de DPI en otros lugares.  Suecia, por ejemplo, invierte 2,5 veces más recursos públicos en un niño que tiene un año de edad que en un estudiante de secundaria (vea la Figura 2).  En otras palabras, concentran las inversiones en la etapa de la vida donde el rendimiento es más alto. Buenos programas del DPI moldean la arquitectura cerebral y ayudan a preparar el terreno para aprendizaje futuro, comportamiento positivo, y buenos resultados de salud. Y el DPI ahorra dinero a largo plazo porque evita problemas antes de que comiencen y reduce las necesidades de educación especial y otras medidas correctivas más tarde.

Durante mi carrera en el Banco Mundial, tuve el privilegio de trabajar en varios proyectos del DPI en África, Asia Oriental y el Pacífico, y América Latina y el Caribe. Con base en estas experiencias, puedo dar fe de los beneficios de invertir en el DPI.  Estas inversiones son especialmente eficaces cuando los gobiernos intervienen temprano, a menudo y con eficacia; asignan recursos suficientes en forma oportuna; aseguran la capacitación pertinente de los instructores, maestros, o promotores; proveen materiales educativos eficaces en forma oportuna; e implementan el monitoreo y la evaluación, incluyendo la medición de los resultados del desarrollo en la infancia.  Buenos programas del DPI también tienen que tomar en cuenta la equidad y la sostenibilidad financiera.

Por último, las lecciones aprendidas de las mejores prácticas internacionales enfatizan la importancia de construir sistemas, no sólo proyectos. Esto significa que el DPI debe ser incluido como parte del sector educativo en conjunto – un tema que guardaré para un futuro post.

El autor es un consultor independiente con 35 años de experiencia internacional en el sector educativo. Fue gerente del Sector Educativo de América Latina y el Caribe, y de Asia del Este y el Pacífico en el Banco Mundial.

 


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