Deseo mutuo de reducir tensiones

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Casi tan predecible como la impresionante victoria de Cristina Fernández de Kirchner fue la invitación de Barack Obama para reunirse en el encuentro del G20. Después de varios años difíciles, parece haber un deseo sano y mutuo de reducir las tensiones bilaterales. Una dosis de realismo es necesaria: para los Estados Unidos, Argentina (de hecho, América latina) es poco probable que tenga un alto valor estratégico en los próximos años, y Washington tampoco serán la prioridad de la política exterior argentina. Pero el modesto objetivo de mejorar un poco las relaciones sería bueno para ambos países. El inicio de un nuevo mandato de Kirchner abre posibilidades para una mejor comprensión y una mayor cooperación. Obama tendrá que encontrar la manera de lidiar con los distintos grupos en los Estados Unidos, que están exigiendo una posición dura con la Argentina. Los acreedores han insistido en que la Buenos Aires cumpla con sus obligaciones de deuda. Esas presiones –junto con las preocupaciones en el Congreso y el Departamento del Tesoro– han llevado a la administración de Obama a votar en contra de los préstamos a la Argentina en el Banco Mundial y el BID. Funcionarios del Departamento de Estado que, en otras circunstancias habían impugnado esa posición, quedaron sin argumentos luego de que Argentina confiscara equipamientos para un programa de ejercicios de un avión estadounidense. Si el Gobierno argentino accediera a elaborar un plan para cumplir con sus obligaciones de deuda enviaría una señal positiva de que está dispuesto a ser más moderado. Ese ligero cambio pragmático podría ayudar a reducir las fricciones y allanar el camino para una mayor cooperación en otros temas de la agenda bilateral, como la seguridad y el tráfico de drogas. Se iniciaría un proceso destinado a la reconstrucción de la confianza. Irán es una preocupación urgente de la política exterior de Washington y la posición de Argentina es bien vista. A pesar del distanciamiento entre los Estados Unidos y América del Sur, el ánimo no es tan amargo como lo fue hace seis años, en la Cumbre de Mar del Plata, cuando Hugo Chávez fue más fuerte y ejerció una mayor influencia regional. Teniendo en cuenta las realidades de hoy, no tienen sentido los términos elogiosos que algunos utilizaron para describir las relaciones entre Estados Unidos y Argentina en la década de 1990. Pero tampoco lo tienen ahora las excesivamente negativas palabras escuchadas en Buenos Aires y Washington.

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˙Michael Shifter