¿Qué implica la visita del cardenal Sean Patrick O’Malley a Cuba?

˙ Voces

Ha desatado polémica la reciente visita a Cuba del cardenal Sean Patrick O’Malley, arzobispo de Boston. La llegada del Cardenal a la Isla ocurre justamente a dos meses de las multitudinarias protestas ocurridas en Cuba los pasados días 11 y 12 de julio. Desde sectores del laicado católico, la oposición política, la sociedad civil, y el exilio de Miami, se afirma que se trata de una “operación” de “lavado rostro” al gobierno cubano -con la ayuda de la jerarquía católica local- luego de los acontecimientos de julio pasado, que arrojaron cientos de encarcelados, sobre todo jóvenes. Sin embargo, trascendiendo esta primera lectura reduccionista, podría tratarse de un acontecimiento más complejo. 

El cardenal O’Malley es un actor muy importante dentro de la Iglesia católica norteamericana, y un cercano consejero y colaborador del Papa Francisco, que estuvo implicado en la normalización de relaciones entre Cuba y Estados Unidos bajo la Administración Obama. La visita, acontecida entre los días 7 al 9 de septiembre pasados, tuvo dos dimensiones: una religiosa -que implicó encuentros con prelados y laicos católicos- y otra diplomática -con una agenda de reuniones con autoridades cubanas al más alto nivel-. La visita ocurrió como parte de una invitación de monseñor Dionisio García Ibañez, arzobispo de Santiago de Cuba, para celebrar juntos la fiesta de la Virgen de la Caridad, Patrona de Cuba, en el santuario nacional de El Cobre.

El Cardenal ofició misas en El Cobre, y también ante la tumba del cardenal Jaime Ortega, en la Catedral de La Habana. Visitó, además, el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, en la capital, que desarrolla la vacuna “Abdala”, contra el Covid-19. Durante su agenda de reuniones con las autoridades, cuyo cenit fue un encuentro con el presidente Miguel Díaz-Canel en el Palacio de la Revolución, todo el tiempo estuvo acompañado por monseñor Giampiero Gloder, Nuncio Apostólico de Su Santidad en Cuba.

¿Qué se sabe de los contenidos de las conversaciones entre el Cardenal y el gobierno cubano? Días después de su regreso a Estados Unidos, el propio O’Malley compartió en su blog personal parte de sus intercambios con las autoridades de la Isla: pidió un indulto para los cientos de personas encarceladas producto de las manifestaciones del 11 y 12 de julio pasados -siempre y cuando no hayan participado en hechos de violencia, afirmó-; solicitó que Cáritas-Cuba pudiera jugar un rol activo como vehículo de entrada y distribución de ayuda humanitaria en la Isla, sobre todo como contraparte de Catholic Relief Services (Estados Unidos) y Caritas Internationalis (Santa Sede); dio a conocer la colaboración activa entre Cuba y el Instituto Tecnológico de Massachussets (MIT) en relación con las vacunas desarrolladas por cubanos contra el COVID-19; pidió una ampliación del diálogo entre los Obispos cubanos y el gobierno -elemento este importante si los Obispos decidiesen implicarse en facilitar procesos de diálogo e intermediación internos-; he hizo públicas las preocupaciones del gobierno cubano en torno a la imposibilidad de llegada de remesas a la Isla producto de las sanciones adoptadas por la Administración Trump, y mantenidas hasta el presente.

Días después de la visita de O’Malley, el Obispo de Matanzas, monseñor Manuel Hilario de Céspedes, pudo visitar en prisión al opositor Félix Navarro, quien se encontraba en huelga de hambre desde su detención a raíz de las protestas. Desde Santiago de Cuba, el gobierno difundió un video del opositor José Daniel Ferrer, también detenido; y la imagen de la popular Virgen Mambisa, de la parroquia de Santo Tomás, pudo recorrer en automóvil los barrios de Santiago de Cuba con motivo de su festividad -elemento interesante si tenemos en cuenta la crítica situación epidemiológica del país. Por esos días, la página web de Cáritas-Cuba mostraba imágenes de camiones trasportando alimentos hacia los comedores de ancianos de diferentes puntos de la Isla. Aunque es imposible asegurar que el hecho esté vinculado a la visita del Cardenal, es curioso que esta información viera la luz precisamente en ese contexto. Por otra parte, fueron liberados Thais Mailén y Yuisán Cancio, dos jóvenes que habían participado en una protesta en la calle Obispo, de la capital, cinco meses atrás.   

Un primer elemento que se desprende de esta visita es que no desaparece, o se “achica”, la centralidad de la Iglesia católica como ente facilitador de procesos de interlocución en los escenarios cubanos. Estaba por verse cómo quedaría el rol de la Iglesia en Cuba una vez desaparecido físicamente el cardenal Jaime Ortega, arquitecto y ejecutor de una estrategia que concebía a la Iglesia como intermediaria y facilitadora de diálogos entre el gobierno, la comunidad internacional, y la sociedad civil cubana. Con sus altas y bajas, este rol eclesial encabezado por Ortega obtuvo receptividad por parte del gobierno cubano, y logró resultados políticos concretos: elevó el nivel de interlocución política interna de la Iglesia; facilitó la liberación de los presos políticos de la “Primavera Negra” de 2003; consolidó iniciativas eclesiales dedicadas al diálogo y la reconciliación entre cubanos; implicó a la Iglesia en el proceso de normalización de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, etc. Aún está por verse si emana un nuevo liderazgo desde el episcopado local que le siga dando vida a esta línea política o, en su defecto, será exclusivamente una iniciativa de la Santa Sede, la Secretaría de Estado vaticana, y los obispos norteamericanos.

En cualquier caso, es previsible un rol activo del Pontificado de Francisco y de la diplomacia vaticana en la creación de canales de diálogo y distención entre los gobiernos cubanos y norteamericano, con la participación activa de algunos obispos estadounidenses. La Iglesia católica es un actor importante para las relaciones del mundo con Cuba, no solo por su peso institucional dentro y fuera de la Isla, sino también por la relevancia que a ella le otorga el gobierno cubano. Recordemos cuán efectiva fue, en el pasado, la intermediación del poderoso cardenal John O’Connor, arzobispo de Nueva York, quien era amigo personal de Juan Pablo II y de Fidel Castro. O’Connor facilitó la liberación de los miles de presos políticos que quedaban en Cuba por su participación en el conflicto civil de los años 60. Además, logró su traslado a Estados Unidos, junto a sus familiares. De gran peso e importancia fue también la labor desplegada por el cardenal Bernard Law, antiguo arzobispo de Boston, quien ayudó a consolidar las relaciones entre las Cáritas de Cuba y de Estados Unidos. La reciente visita a Cuba del cardenal O’Malley se inserta claramente dentro de esta tradición política y diplomática, que a todas luces cuenta con el beneplácito del Pontificado, de la Iglesia norteamericana, de la Secretaría de Estado, y del gobierno cubano.

Un segundo elemento a destacar, y que resulta menos claro, es el rol que jugaría la Iglesia cubana, y su jerarquía local, en la creación de condiciones y en la potencial facilitación de un proceso de diálogo entre el gobierno y la sociedad civil en la Isla, justamente luego de las protestas del pasado 11 de julio. En los últimos tiempos hemos asistido al fin de los hiperliderazgos episcopales y laicales dentro de la Iglesia cubana y, en su defecto, hemos visto el accionar espontáneo de sacerdotes, laicos, religiosos y religiosas en los últimos sucesos ocurridos en Cuba. Existen reclamos de sectores católicos y de la sociedad civil para que la Iglesia asuma y desarrolle este rol de intermediación y facilitación de un diálogo nacional, que incluya la liberación de los presos políticos y la democratización del país. Más allá de que sea realista o no, cualquier iniciativa de la Iglesia a favor de facilitar diálogos y entendimientos entre cubanos, entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos, y a favor de la liberación de las personas encarceladas en 11 de julio, debería ser vista como urgente y positiva.

Un tercer elemento importante, es que se reafirma la centralidad del rol de Cáritas como institución independiente con capacidad de atender a sectores vulnerables dentro de Cuba. Ello representa algo importante para los gobiernos de Cuba y de Estados Unidos, en la medida que resuelve dos asuntos a la vez: la ayuda humanitaria puede llegar a los cubanos de la mano de una institución seria, profesional y confiable; pero, a la vez, independiente del gobierno.

La visita del cardenal O’Malley indica el delicado accionar de diversas maquinarias diplomáticas que buscan crear condiciones para resolver asuntos de vital importancia para los cubanos, y para Cuba y Estados Unidos. Lejos de una “operación de lavado de rostro”, podríamos estar ante la posibilidad política de reencauzar procesos desde zonas de conflicto, hacia zonas de diálogo, pacto, y cooperación. No nos engañemos, estos procesos, por lo general, no son fáciles para nadie: cada parte tendrá que ceder y reacomodar posiciones para lograr alcanzar sus objetivos. Ojalá que iniciativas como las del cardenal Sean Patrick O’Malley se multipliquen, y lleguen a buen puerto. Es el tipo de accionar que, con muy bajo perfil, pero de manera efectiva, podría ayudar a facilitar (y a potenciar) los urgentes cambios económicos, sociales y políticos que se necesitan dentro de Cuba; y, a la vez, llevar a un nuevo nivel las relaciones entre Cuba y Estados Unidos.

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