Argentina: Derrota, tregua y debilidad

˙ Voces

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El Frente de Todos, la coalición de gobierno de Argentina, quedó al borde del abismo después de una dura derrota en las elecciones primarias del 12 de septiembre, en la que obtuvo 32 porciento de los votos contra 42 de la coalición opositora, Juntos por el Cambio. Los candidatos peronistas perdieron incluso en su tradicional bastión de la Provincia de Buenos Aires, por mucho la más poblada del país. Si estos resultados se repiten en las elecciones legislativas de noviembre, el gobierno perdería las dos cámaras del Congreso.

Los resultados de las primarias sorprendieron a muchos, incluido el presidente Alberto Fernández, quien esperaba una victoria estrecha pero clara. Después de todo, la economía se recupera lentamente al levantarse las restricciones por la pandemia, los casos de Covid bajan y Mauricio Macri (de Juntos por el Cambio) perdió el poder hace solo dos años en medio de una profunda crisis económica. Más importante, el peronismo está unido desde 2019 gracias a la coalición forjada por la vice-presidenta Cristina Fernández de Kirchner, que entronizó a Fernández como presidente como gesto hacia el peronismo moderado. Un mito histórico decía que el peronismo unido era prácticamente invencible en las urnas. Si esto fue cierto alguna vez, ya no lo es.

Los resultados de las primarias son menos sorprendentes dado el balance de estos dos años de gobierno. A pesar de una prolongada cuarentena que agotó a la sociedad, Argentina tiene una de las tasas de muerte por Covid más altas de América Latina. En 2020 la economía colapsó un 10%, lo que llevó a un marcado aumento de la pobreza y la desigualdad. El ritmo de vacunación es similar al promedio latinoamericano, pero la respuesta al Covid quedó manchada por la distribución de vacunas para amigos del poder y las fotos de la fiesta de cumpleaños de la primera dama en medio de una cuarentena nacional. A diferencia del peronismo, que definió a sus candidatos en negociaciones previas, Juntos por el Cambio aprovechó el mecanismo de las primarias para seleccionar sus candidaturas en todo el país, movilizando a su electorado.

Curiosamente, el principal logro de Alberto Fernández durante estos dos años fue mantener la coalición unida a pesar de las diferencias entre el kirchnerismo y sectores peronistas más moderados. En todo caso, la derrota hizo saltar por los aires ese delicado equilibrio. Furiosa por el resultado, por el que responsabiliza al presidente y sus asesores, la vicepresidenta Kirchner exigió cambios en el gabinete y un aumento del gasto público para recuperar el apoyo de las clases más bajas, su electorado tradicional. El presidente, sin embargo, prefería demorar los cambios hasta después de las elecciones legislativas de noviembre.

La vice-presidenta interpretó esta inacción como un desafío a su liderazgo y puso la coalición al borde del quiebre: ordenó a los ministros que le responden que presentaran la renuncia y presionó públicamente al presidente para que “cambiara el rumbo”. El país vivió días de extrema tensión e incertidumbre, mientras los dos líderes del gobierno se enviaban mensajes en los medios y en las redes sociales en vez de reunirse para encauzar la crisis. Al final de la semana se aproximaba una tregua con la negociación de un nuevo gabinete que represente a todas las facciones de la debilitada coalición.

Toda conclusión es prematura en medio de un contexto tan volátil, pueden plantearse algunos comentarios a partir de los resultados de las primarias y la crisis del Frente de Todos.

Primero, el experimento creado por Cristina Fernández de Kirchner en 2019, en el que ella iba a liderar la coalición pero no el gobierno, fue exitoso para ganar ese año pero condenó al gobierno a la parálisis. El presidente y la vicepresidenta se necesitan mutuamente, pero la confianza entre ellos está rota y la autoridad del presidente quedó muy debilitada. Los dos meses de campaña hasta las elecciones de noviembre van a ser muy incómodos para las facciones peronistas, y aún más los próximos dos años de mandato. La definición del candidato para las elecciones presidenciales de 2023 seguramente va a generar nuevas tensiones dentro de la coalición.

Segundo, un cambio de nombres en el gabinete no va a resolver las diferencias de fondo sobre la política económica aún si el ministro de Economía Martín Guzmán siguiera en el cargo. Fernández de Kirchner pide exige enterrar la (relativa) prudencia macroeconómica de Guzmán y estimular el consumo con más gasto público, aún si lleva al colapso de las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Fernández, en cambio, cree que el acuerdo con el FMI es una condición necesaria para reconstruir la economía, y teme por el impacto del gasto sobre la inflación. Es probable que las dos facciones estén de acuerdo en inyectar dinero en la economía antes de las elecciones de noviembre, pero sus posiciones parecen irreconciliables.

Tercero, el estilo vertical de ejercer el poder del peronismo (y en particular, del kirchnerismo) no se adapta bien a un sistema político bipolar. La unificación de muchas fuerzas no peronistas en 2015 -cuando se creó Juntos por el Cambio– presentó un desafío inédito para el dominio peronista en muchas provincias y municipios. Esta bipolaridad equilibró el sistema político argentino, pero exige nuevas habilidades de los dirigentes, incluyendo la capacidad de manejar las diferencias al interior de cada coalición.

Cuarto, si las dos principales coaliciones no encuentran soluciones a las demandas de la sociedad -sobre todo el fin de una crisis económica que ya lleva diez años- Argentina puede experimentar un auge de las fuerzas extremistas y antisistema. Este es un desafío también para Juntos por el Cambio, cuyo fracaso en materia económica fue opacado por el impacto de la pandemia. Si pretende volver en 2023 y gobernar con éxito, la oposición tiene que ofrecer algo más que antikirchnerismo, y reflexionar sobre sus falencias cuando gobernó entre 2015 y 2019. Esta tarea podría recaer en el jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, que pretende liderar la oposición en 2023.

Es muy temprano para declarar ganadores y perdedores de la crisis actual. Después de todo, en 2017 la reelección del entonces presidente Macri y el fin de la carrera de Cristina Kirchner parecían asegurados después del triunfo de Juntos por el Cambio en la elección legislativa. Dos años después, Macri fue derrotado por el binomio Fernández-Fernández de Kirchner. El fin del kirchnerismo se proclamó muchas veces, en general con más deseo que evidencia.

Lo que sí es claro es que Argentina está atrapada en un corto plazo eterno, que prolonga su estancamiento: el PBI per cápita actual es igual al de los años ’70. La coalición peronista dice querer distribuir la riqueza, pero no sabe cómo generarla. Mientras tanto, la oposición apunta a liberalizar la economía, pero no parece tener respuesta para el costo social que eso implicaría. Como tantos de sus predecesores, incluido Macri, la prioridad de Alberto Fernández es llegar al final de su mandato como sea, y posponer cualquier reforma de fondo. No sabemos quién ganará las elecciones de 2023, pero es muy probable que para ese momento Argentina haya desperdiciado otros cuatro años.


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˙Bruno Binetti

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