Will Default Dampen China-Argentina Ties?
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En toda la región, la educación secundaria enfrenta graves desafíos: currículos y métodos de enseñanza desactualizados, maestros poco preparados y un número alarmante de alumnos que abandonan la escuela tempranamente. Un programa en Argentina combina las becas y las mentorías para ayudar a que los estudiantes de secundaria tengan éxito en la escuela. Una reciente evaluación del programa encontró resultados prometedores. Alejandro Ganimian, profesor en New York University y Nicolás Buchbinder, investigador del Abdul Latif Jameel Poverty Action Lab nos cuentan qué aprendieron de la evaluación y qué implicancias tiene para otros programas.
En Argentina, existe un programa de becas y mentorías estudiantiles muy reconocido. ¿Nos podrían contar de qué se trata?
El programa es uno de los más reconocidos en el país y la fundación que lo lleva a cabo es una de las más grandes organizaciones sin fines de lucro de la Argentina. En el 2014, alcanzaba a más de 2,500 estudiantes en más de 16 jurisdicciones del país. El programa tiene dos componentes principales: una beca de USD 40 mensuales y una mentoría no académica, también mensual. El primer componente busca dar un apoyo monetario a los estudiantes, mientras que el segundo busca ayudarlos a desarrollar hábitos académicos, estrategias de aprendizaje y actitudes que los ayuden a tener éxito en la escuela. Los mentores son empleados de la fundación (psicólogos, psicopedagogos y maestros, entre otros). El programa intenta personalizar las soluciones para cada estudiante, en lugar de proveer las mismas herramientas para todos.
De 2014 a 2016 se evaluó el impacto del programa. ¿Qué efectos tuvo sobre los chicos participantes? ¿Qué tipo de comportamientos pudieron observar como resultado del programa?
En el 2014, los estudiantes que participaron en el programa se ausentaron menos a la escuela que aquellos del grupo de control. Los estudiantes que participaron en el programa también eran menos propensos a llevarse materias a diciembre o marzo que los del grupo de control. Además, los estudiantes de tratamiento eran menos propensos a reprobar de año (9% reprobaron) que los de control (15% reprobaron). Sin embargo, estos efectos no pudieron corroborarse en el 2015 y 2016.
En el 2015 y 2016, encontramos un impacto positivo en los hábitos escolares de los estudiantes. Por ejemplo, estudiantes del grupo de tratamiento eran más propensos a realizar la tarea para el hogar si faltaban a la escuela, a pedirle ayuda a su maestro si no entendían un tema o a buscar ayuda si estaban en peligro de reprobar una materia o su año. No encontramos evidencia de que estos efectos hayan llevado a cambios más amplios en las creencias, actitudes y comportamiento de los estudiantes, pero no es posible descartar la posibilidad de efectos pequeños o moderados, que son más difíciles de detectar. Tampoco encontramos mejoras en el rendimiento de los estudiantes en lengua y matemática, ni cambios en sus rasgos de personalidad.
En su nota de política, describen que se observaron mejoras de desempeño escolar en el primer año, pero no en años subsecuentes. ¿Cómo explican este efecto?
Es posible que la ausencia de efectos en el segundo y tercer años se deba a la gran cantidad de estudiantes que fueron suspendidos o expulsados del programa durante la evaluación. Encontramos una tasa promedio de suspensión del 26% en el 2014, 34% en el 2015 y 31% en el 2016. También encontramos 11 expulsiones en el 2014, 36 expulsiones en el 2015 y 37 expulsiones en el 2016. Por lo tanto, para fines del 2016, de los 204 estudiantes que habían sido asignados a recibir el programa, sólo 120 (59%) permanecían en el mismo. Dado que los estudiantes suspendidos y expulsados no recibieron ni becas ni mentorías, no sorprende que el efecto promedio del programa sea menor.
¿A qué se deben tantas suspensiones y expulsiones?
Los mentores del programa tienen amplia discreción para suspender o expulsar estudiantes. Aunque existen criterios para expulsar alumnos (que indican que debe expulsarse a aquellos estudiantes que repitan de grado, sean suspendidos en su escuela, o se cambien de escuela), las tasas de suspensión y expulsión varían considerablemente entre mentores. A fines del 2016, algunos mentores no habían suspendido a ninguno de sus estudiantes, mientras que otros habían suspendido a 32 estudiantes; algunos mentores no habían expulsado ningún estudiante y otros habían expulsado a 13 estudiantes. Esto sugiere que los mentores difieren en las situaciones que consideran que ameritan suspensiones o expulsiones.
¿Qué cambios harían para mejorar este programa? ¿Qué lecciones se pueden extraer de esta experiencia para otros programas de becas y mentorías?
En primer lugar, nuestros resultados sugieren que la fundación podría beneficiar a más estudiantes expandiendo su criterio de admisión. El programa suele tener un proceso de admisión para decidir qué estudiantes recibirán becas y mentorías. En la evaluación, los estudiantes fueron sometidos a este mismo proceso, pero no fue vinculante—es decir, los datos recolectados durante este proceso no se utilizaron para decidir qué estudiantes recibirían el programa, sino que esto se decidió por sorteo. Nosotros encontramos que el programa no tuvo un mayor impacto sobre aquellos estudiantes que hubiesen sido admitidos a través del proceso regular. De hecho, en varios indicadores, el programa tuvo un mayor impacto en estudiantes de más bajo nivel socio-económico, lo que indica que la fundación debería enfocarse en admitir más de estos estudiantes.
En segundo lugar, la variabilidad en el uso de suspensiones y expulsiones entre mentores sugiere que parece necesario establecer estándares más claros para la suspensión y expulsión de estudiantes y socializarlos consistentemente entre todos los mentores.
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