López Obrador será el presidente de México: ¿Y ahora qué?

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Como se esperaba, arrasó. Andrés Manuel López Obrador (AMLO) se convertirá en el president de México el primero de diciembre después de ser elegido por un histórico 53 por ciento de los votos. Su coalición controlará ambas cámaras del Congreso, la primera vez desde la transición a la democracia en 2000. El nuevo presidente no es un novato, habiendo ganado en su tercer intento. El completo fracaso de los gobiernos del PRI y el PAN –los dos partidos tradicionales—en sacar a México del pozo de violencia, pobreza, corrupción y estancamiento económico en el que se encuentra convirtieron a AMLO en la peor opción—exceptuando a todas las demás.

Al ser el primer presidente que no pertenece al PRI ni al PAN en casi un siglo, López Obrador asumirá el cargo con un mandato fuerte para transformar a México. La naturaleza de ese cambio es todavía incierta, porque el nuevo presidente es difícil de clasificar: se lo describe como izquierdista, pero forjó una coalición con un partido evangélico ultraconservador; se lo acusa de populista, pero gobernó la Ciudad de México entre 2000 y 2005 con pragmatismo y buenas relaciones con el sector privado; dice representar un nuevo comienzo, pero recibió a fugados del PRI y el PAN en su coalición, así como a sindicalistas acusados de corrupción. Asimismo, AMLO arremetió contra los grandes empresarios acusándolos de ser parte de la “mafia del poder” y prometiendo anular un proyecto multimillonario para construir un nuevo aeropuerto en la Ciudad de México, pero a comienzos de junio se reunió con la cúpula empresaria para acercar posiciones.

López Obrador es un político experimentado que parece haber aprendido de sus errores pasados, y durante la campaña usó esta ambigüedad para ampliar su coalición, evitar las críticas y representar el cambio que demandan los mexicanos sin atarse a propuestas específicas. Aplicó el mismo método en la selección de su futuro gabinete, que anunció hace meses: combina respetados académicos y ex funcionarios centristas con algunos ideólogos más radicales. Pronto, sin embargo, esta vaguedad deliberada tendrá que ser reemplazada por políticas concretas que respondan a las enormes expectativas que la elección de AMLO ha generado en México.

Como lo sugiere el discurso de victoria de López Obrador, su gobierno probablemente combine políticas centristas con algunas señales anti establishment dirigidas a la base política heterogénea del nuevo presidente. Se incrementará el gasto público en infraestructura y políticas sociales y se reforzará el rol del estado como regulador del mercado, pero la nueva administración no actuará “de manera arbitraria ni habrá confiscación o expropiación de bienes”, como afirmó el propio presidente electo. El futuro secretario de Hacienda también confirmó que AMLO quiere cerrar un acuerdo por el NAFTA cuanto antes, y mantener la pertenencia al TPP.

Además, a pesar de su posición pública contraria a la reforma energética de 2013 y su promesa de reforzar a Pemex, AMLO prometió respetar los contratos vigentes que abrieron el sector petrolero al sector privado. Finalmente, el nuevo mandatario se comprometió a aplicar una estrategia más amplia contra la violencia, que aborde la desigualdad y falta de oportunidades que dieron espacio a los cárteles para fortalecerse en gran parte del país.

Las relaciones con los Estados Unidos no fueron un tema central de la campaña, y AMLO ofreció “amistad y cooperación” a Washington, en una continuación de la estrategia pragmática de la administración saliente de Enrique Peña Nieto. López Obrador continuó con este tono moderado en una conversación telefónica con el presidente estadounidense Donald Trump horas después de la victoria electoral, que ambos lados calificaron como positiva y amistosa. Hay poco espacio para otra cosa: más del 80 por ciento de las exportaciones mexicanas van al vecino del norte, y no habrá solución para la epidemia de violencia si no se aborda la demanda de drogas y oferta de armas de Estados Unidos. El tono de la relación entre Estados Unidos y México va a depender de los caprichos de Trump (como toda la política exterior estadounidense), pero hay razones para ser moderadamente optimista: Trump prefiere tratar con líderes fuertes en vez de con tecnócratas, y el nacionalista AMLO tiene la credibilidad doméstica para alcanzar acuerdos con EEUU, a diferencia de Peña Nieto.

López Obrador descubrirá muy pronto que a los presidentes no se les permiten nuevos comienzos, un límite que también sufrió Peña Nieto después de asumir con grandes expectativas hace casi seis años. Su gran rival será el propio México. El estado es corrupto, ineficiente y débil. La economía crece a un ritmo anémico, el PBI per cápita está estancado desde hace años, y más del 40 por ciento de la población es pobre. Aunque el país tiene un sector industrial de nivel mundial la riqueza que generan las fábricas del norte no llega a la población en general ni a las regiones pobres del sur. Además, a pesar de lo que haga el gobierno central el origen de la violencia, la corrupción y la violación a los derechos humanos está en los gobiernos estatales y municipales y sus fuerzas de seguridad. Así quedó demostrado tras la desaparición de 43 estudiantes en el estado de Guerrero en 2014. Desarmar esas redes nefastas entre criminales y funcionarios públicos tomará mucho más que un mandato presidencial.

La presidencia de AMLO será juzgada por su habilidad para abordar los múltiples y muy graves problemas que afectan al país mientras demuestra que el cambio es posible dentro del estado de derecho y las instituciones democráticas. El reloj empieza a correr el 1 de diciembre.