No “chavizar” la política exterior

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Un recurso de gobiernos inescrupulosos  - incluso de democracias, pero sobre todo de dictadores y caudillos - es acudir a las tensiones externas para tratar de aliviar sus fracasos internos. El mecanismo es simple: en las trincheras, bajo amenaza de una agresión de potencias extranjeras, no hay espacio para opositores ni disidentes y, por tanto, hay que envolver al gobernante en la bandera patria y justificar la suspensión de las libertades. Hugo Chávez vive su peor crisis y una de las más graves del país en muchas décadas. Sus enormes dimensiones resultan increíbles tratándose de una de las naciones más ricas del continente. Anotemos sólo algunos datos. En la economía, el año pasado el PIB cayó en 2% y la inflación fue la más alta de América Latina, casi 30%.  Para este año las proyecciones se están revisando, atendida la profundidad de la crisis energética, estimándose que en 2010 la inflación superará el 40% y la producción caerá en otro 3,4%. El gobierno acaba de devaluar la moneda en promedio en un 75% (un 20% para el dólar en medicinas y alimentos, y un 100% para el resto de los productos). En el sector petrolero, el problema mayor no es la caída del precio, sino la de la producción.  Cifras confiables indican que Venezuela está produciendo 2,3 millones de barriles diarios, esto es un millón menos que hace una década. Arrastrados, además, por un aumento del consumo interno, los saldos exportables son cada vez menores. Una preocupante crisis de infraestructura se traduce en racionamientos diarios de agua potable, especialmente en los barrios más pobres de Caracas, y en  una caída de la hidroelectricidad que tiene con "apagones" a la capital y, especialmente, a las ciudades del interior, donde el suministro se interrumpe por cinco y hasta ocho horas diarias.  La falla eléctrica está causando una paralización de las industrias que hacen un uso intensivo de energía, como el aluminio y el acero. En otro plano, el colapso de seguridad ha transformado a Caracas en la ciudad más violenta de América del Sur, superando a Bogotá, Medellín y Río de Janeiro. En este marco, y dadas las características políticas de Hugo Chávez, no es extraño que esté buscando activamente una fuerte confrontación con el exterior como modo de distraer la atención respecto de su crisis interna. Pero la comunidad internacional no lo considera en serio y evita ser arrastrada a un juego demasiado obvio. Durante sus últimos años de gobierno, George W. Bush no contestó las provocaciones de Chávez, convencido de que lo que él quería, para ensalzar su figura dentro y fuera de Venezuela, era una confrontación abierta con EEUU.  Europa ha tomado idéntica actitud, al punto de que un político de derecha como José María Aznar, hace dos días recomendó lo siguiente al Presidente electo chileno: "La característica personal y política de Chávez es la provocación, y la inteligencia de los demás es no entrar en esas provocaciones". En el caso de Colombia, ni Alvaro Uribe ni su ministro de Relaciones Exteriores le contestan al venezolano. Nada le convendría más a Chávez que hoy, en el momento en que la atención internacional está puesta en Piñera, tener con él una confrontación verbal abierta y en su estilo que no reconoce maneras.  Sería lamentable para la situación internacional de nuestro país salir del debate de los grandes temas con gobernantes mundialmente respetados, para entrar en una pelea menor con un gobernante que no goza de prestigio alguno.  Lo razonable -por primera vez en mucho tiempo estoy de acuerdo con Aznar- es ignorar sus provocaciones.