Las repercusiones del terremoto sobre las remesas
El terremoto en Haití ha exacerbado una angustia ya existente durante la recesión internacional y ha aumentado la incertidumbre de qué hacer y cómo ayudar.
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El terremoto del 12 de enero ha puesto a Haití en el radar mundial, desatando un flujo de ayuda y exigiendo la atención de los líderes mundiales, incluido Barack Obama, Bill Clinton y Ban Ki-moon. Gobiernos, instituciones privadas e individuos han respondido admirablemente –lo único destacable hasta ahora en la terrible niebla que ha envuelto al país. Pero la severidad del impacto del terremoto en el pueblo haitiano se debe en gran parte a la pobreza del país y a su débil gobierno. Los países pobres y pobremente instruidos, rara vez tienen los recursos humanos y las instituciones que puedan actuar ante las emergencias y responder rápida y efectivamente cuando éstas ocurren. Si los amigos de Haití realmente quieren evitar que se repita algo parecido, una vez que el polvo desaparezca, deberán desplazar su atención hacia los problemas del país a largo plazo, como la educación, la gobernanza y el crecimiento económico. La educación es uno de los retos más importantes. Haití no es sólo el país más pobre del hemisferio occidental, es también el menos instruido. Aproximadamente la mitad de la población es analfabeta. Sólo dos tercios de los niños que comenzaron la escuela primaria la terminan. El aprendizaje de los alumnos es muy inferior a los estándares aceptables. El gasto público en educación es alrededor de un 2% del PIB –entre los más bajos del mundo–. En casi todos los indicadores, el sistema educativo de Haití se sitúa más cerca de los países más pobres de África Subsahariana que de cualquier país de América Latina y el Caribe. Las escuelas de Haití destacan también por otra razón: son privadas casi en su totalidad. Los colegios privados suponen el 80% de las matriculaciones en enseñanza primaria y secundaria, frente al 20% de los colegios públicos. (La educación superior es mayoritariamente pública.) Ningún otro país en el hemisferio –y pocos en otras partes del mundo– educa casi a la totalidad de sus niños en colegios privados. Estos colegios son una mezcla de instituciones de la iglesia, comunitarias y con fines lucrativos. La mayoría de los estudiantes son pobres. Los colegios privados son unas veces mejores y otras peores que los públicos, pero estos están masificados y mal gestionados. Algunas escuelas privadas, normalmente apoyadas desde el extranjero y situadas en las ciudades, son de buena calidad. El carácter privado de la educación en Haití probablemente continuará en el futuro. El gobierno necesitaría multiplicar por más de cuatro su gasto en educación sólo para matricular a los niños que actualmente estudian en escuelas privadas –e incluso así tendría el gasto más bajo por estudiante en la región–. Dada su historia de falta de competencia y corrupción, el gobierno difícilmente podrá alcanzar esos recursos o gestionarlos de forma adecuada en el corto plazo. La comunidad internacional debe reconocer que, en el futuro inmediato, la mayoría de los niños pobres de Haití irá a escuelas privadas, y es necesario encontrar la manera de que esas escuelas sean mejores. Por ello, debería financiar cualquier tipo de escuela –pública o privada– que ayude a los pobres y esté dispuesta a adoptar mejoras que incrementen la calidad. Es preciso trabajar directamente con asociaciones de escuelas privadas, así como con el gobierno, para establecer políticas e instituciones que promuevan la calidad, evalúen los progresos y certifiquen los resultados. Esto significa poner en marcha programas de formación de profesores, adoptar estándares modernos de enseñanza y sistemas que puedan verificar que los alumnos están aprendiendo. Si no se hace frente a los problemas de Haití a largo plazo, especialmente la educación, el país no desarrollará la capacidad de resistencia que se necesita para responder mejor a futuros desastres naturales, predecibles e impredecibles.El terremoto en Haití ha exacerbado una angustia ya existente durante la recesión internacional y ha aumentado la incertidumbre de qué hacer y cómo ayudar.