La soberanía y la integración regional

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¿Cuáles dinámicas, positivas y negativas, prefiguran la actual América Latina?

Es un momento especialmente difícil para gran parte de América Latina. Después de casi una década de sólido desempeño económico en toda la región, dando lugar a una evidente reducción de la pobreza, de la desigualdad, que ha expandido la clase media, casi todos los países han caído en un desplome económico y enfrentan una recesión y un estancamiento prolongado. Estos retrocesos (que en la mayoría de los lugares resultan de variadas combinaciones de mala gestión económica y de la desaceleración de la demanda china en cuanto a las exportaciones de materias primas de América Latina) han contribuido a debilitar la confianza pública en los gobiernos, y esto hace más difícil los actuales ajustes de política que pretenden una recuperación.

En muchas naciones brotan graves crisis de gobernabilidad. Las encuestas muestran calificaciones de desaprobación extremadamente altas para presidentes, partidos políticos y legislaturas. Aunque el gobierno democrático ha demostrado, hasta ahora, ser notablemente resistente en la mayoría de países, la democracia y el Estado de Derecho se han debilitado peligrosamente en varias naciones, mientras que niveles récord de violencia criminal aparecen en la vida cotidiana de otros muchos. Para empeorar más las cosas han ocurrido escándalos de corrupción muy publicitados que involucran a funcionarios públicos de alto rango y a líderes empresariales.

Sin embargo, también encontramos buenas noticias. La mayoría de los gobiernos comprenden y están llevando a cabo los ajustes y medidas de reforma necesarios para revitalizar las economías y elevar las tasas de crecimiento. En varios países las instituciones judiciales están trabajando de manera más eficaz que lo habitual para investigar y perseguir la corrupción, mientras que la ciudadanía en general está exigiendo a los gobiernos mayor rendición de cuentas y servicios públicos de mayor calidad. A diferencia de otras regiones del mundo, América Latina permanece, en gran medida, en paz, libre de los conflictos armados, tanto internamente como hacia el exterior. En tal sentido, resulta alentadora la perspectiva de que, para el próximo año, las negociaciones que tienen lugar en Cuba entre el gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC podrían terminar con medio siglo de guerra interna en la república andina. La reconciliación entre Cuba y Estados Unidos, por supuesto, es otro avance prometedor que cierra el capítulo de un largo período de hostilidades bilaterales. Solo en muy pocos casos, como en el enfrentamiento entre Venezuela y Colombia, existen hostilidades directas, pero en ninguno de ellos se espera una escalada peligrosa.

¿Cómo son actualmente las relaciones entre los países de la región?

Actualmente la mayoría de los gobiernos de América Latina están muy centrados en sus problemas internos, mirando hacia adentro, no hacia la región. Están absortos en el naufragio de la economía, los considerables desafíos de gobernabilidad y la difusión de la delincuencia y la corrupción. Países como Brasil, Venezuela y Chile, que no hace mucho tiempo fueron más allá de sus fronteras para construir alianzas políticas y comerciales regionales, están obligados a dirigir su atención hacia el frente interno. Junto con las economías de América Latina, la mayoría de las iniciativas hacia una mayor integración se han estancado. Las naciones de la región con los problemas más profundos, entre las que se encuentran Haití, Venezuela, Honduras, Guatemala y Cuba, no están recibiendo todo el apoyo que necesitan de los países vecinos.

¿Cuáles vínculos entre países o bloque de países de la región constituyen meras relaciones intra-regionales y cuáles esbozan cierta integración?

Los esquemas de integración de América Latina parecen en su mayoría envejecidos e ineficaces, en parte debido a que cada país se centra principalmente en la búsqueda de su propia agenda nacional. Sin duda los gobiernos de la región no están proporcionando el liderazgo necesario para perseguir iniciativas regionales. El grupo de seis países de Mercosur se ha vuelto disfuncional. Sus miembros no están de acuerdo, fundamentalmente, en las estrategias comerciales y de política económica, y las economías de los tres miembros principales del grupo (Brasil, Argentina y Venezuela) están profundamente angustiadas por las escasas oportunidades de pronta recuperación. Los inmensos desafíos políticos y de seguridad que enfrentan casi todos los países de América Central, agravados por una amplia desconfianza entre los gobiernos, han vuelto difíciles las iniciativas de cooperación en el istmo. El esquema de integración económica más prometedor de América Latina, la Alianza del Pacífico, está igualmente obstaculizado por las tribulaciones internas, económicas y políticas de sus cuatro miembros, aunque estas son considerablemente más leves que las del Mercosur o las de Centroamérica.

Del mismo modo, las organizaciones políticas, regionales y subregionales, que se han establecido durante los últimos doce años en América Latina también están fallando. El grupo militante anti-estadounidense y la Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América (ALBA), se han debilitado por la muerte de su carismático líder y fundador Hugo Chávez y por el colapso de la economía de Venezuela. Además, la razón del ALBA se ha debilitado sustancialmente con el acercamiento entre Estados Unidos y Cuba. La Unión de Naciones del Sur de América (UNASUR), a menudo se promociona como un potencial sustituto latinoamericano de la Organización de Estados Americanos (OEA), aunque todavía no ha demostrado la capacidad necesaria para liderar, incluso de forma mínima, estas crisis regionales como las del colapso de instituciones (públicas y privadas) y la de la economía de Venezuela, así como las crecientes tensiones entre la República Bolivariana y Colombia. Concebida y organizada por Brasil, pero sin un liderazgo efectivo hoy en día, UNASUR carece de autoridad y dirección. Por último, la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que reúne a todas las naciones del hemisferio, excepto Estados Unidos y Canadá, en la práctica ha servido solamente como foro o conferencia.

¿Resulta importante y necesario defender y asegurar un horizonte de integración regional?

Los argumentos a favor de la integración regional son cada vez más fuertes. Una Latinoamérica dividida y enemistada sería un actor débil en una economía ya global y cada vez más competitiva. Sin una visión más unificada y un enfoque coordinado, el papel potencial de América Latina en la formación de las instituciones globales y de las decisiones internacionales sería cada vez más limitado. Del mismo modo, no podría vencer sus desventajas en las negociaciones con países como Estados Unidos y China, así como con la Unión Europea y otras regiones más integradas.

El récord de América Latina en materia de cooperación regional, en las dimensiones económicas y políticas, ha sido decepcionante hasta el momento. La región, por ejemplo, no ha sido capaz de ofrecer soluciones a la profundización de la crisis de Venezuela o a su confrontación fronteriza con Colombia, ni ha encontrado enfoques comunes a los problemas generalizados de las drogas, la violencia y la corrupción. Y en este momento parece poco probable que eso mejore, pues: I. Carece de un liderazgo activo y sostenido de los principales países de la región, en particular Brasil y México. II. No resulta suficiente el incremento sustancial de acuerdos sobre las cuestiones centrales de la gobernanza, el Estado de Derecho, y la gestión económica. La integración también requerirá de la voluntad de las naciones latinoamericanas de moderar sus demandas de soberanía absoluta sobre sus problemas internos para conseguir, por ende, una acción colectiva regional a favor de intereses compartidos.

¿El Mercosur y la Alianza del Pacífico constituyen proyectos de colaboración o de integración, antagónicos?

Ciertamente, ambos grupos comerciales no colaboran mucho. Al mismo tiempo, no son de ninguna forma antagónicos, y no hay razón para creer que no encontrarán finalmente más oportunidades para la cooperación, y de esta manera comenzar a satisfacer la visión chilena de "unidad en la diversidad". Por supuesto, los dos grupos están hoy profundamente divididos por políticas económicas divergentes. Los países del Mercosur tienen barreras comerciales mucho más altas, y han firmado menos acuerdos de libre comercio que sus contrapartes de la Alianza del Pacífico. Aun así, existen considerables flujos comerciales y de inversión entre ellos. Aunque los tres países más grandes del Mercosur están en circunstancias mucho peores, los miembros de la Alianza también se enfrentan a desafíos económicos y políticos dolorosos, que pueden forzarlos a lograr una cooperación más estrecha. Sin embargo, también sería posible que, a menos que Mercosur supere su perjudicial inercia, las diferencias entre los dos grupos económicos puedan ampliarse. Si esas sinergias regionales no se consiguen, las naciones de la Alianza del Pacífico podrían ver un futuro más prometedor en su asociación con la Alianza Transpacífica recientemente negociada, que involucra a Estados Unidos, Canadá y a seis naciones asiáticas.

¿Cuáles podrían ser los consensos mínimos, las instituciones y las normas compartidas, que hemos de consolidar para avanzar hacia una América Latina próspera, equitativa e integrada en su diversidad?

Aunque no necesariamente compartido con igualdad por todos los países, en América Latina ha surgido un consenso general con respecto a las normas y valores que deben regir una región más integrada. Incluye los conceptos de gobierno democrático, así como la protección de los derechos humanos, el compromiso con la equidad y la inclusión social, y la dependencia de una combinación de mecanismos estatales y de mercado para impulsar el crecimiento económico. Estos estándares, sin embargo, con frecuencia se ignoran o violan activamente en muchos países. Por otra parte, es desalentador que, en general, los gobiernos de América Latina no lleguen a colocar en un mismo nivel la preocupación por intervenciones o violaciones de su soberanía y la búsqueda de mecanismos para proteger y promover ampliamente los reconocidos valores regionales. Esa preocupación puede reflejar amargos recuerdos de las no deseadas y a menudo dañinas intervenciones de Estados Unidos en la región. Pero eso, también se les dificulta a las naciones de América Latina y sus instituciones regionales hacer frente de manera cooperativa y efectiva a las continuas transgresiones contra la democracia, los derechos humanos, la libertad de prensa y otras normas.

¿Sobre qué principios deben desarrollarse las relaciones entre América Latina y América del Norte? ¿Por medio de cuáles metodologías?

Hasta ahora nadie ha llegado con una fórmula, principio o marco de políticas para el logro de una relación más constructiva entre Estados Unidos y América Latina. Las ideas básicas pudieran ser las obvias. Ellas incluyen el respeto mutuo, la igualdad de trato, la cooperación en temas de interés común y el apoyo recíproco en los períodos de penuria. Pero esto es muy general y, de acuerdo a las diferentes interpretaciones posibles, no proporciona mucha orientación. Con las enormes diferencias entre los países de América Latina y los cambios en el tiempo de las circunstancias externas e internas de cada uno, no es posible identificar un enfoque común o una metodología que se muestre con efectividad.

A medida que la región se ha tornado más diversa, independiente y asertiva, también se ha vuelto mucho más difícil precisar el significado de las relaciones entre Estados Unidos y Latinoamérica. Será necesaria una América Latina más unida y cohesionada para revivir el concepto. México y la mayoría de los vecinos cercanos a Estados Unidos en América Central y el Caribe, tienen fuertes y estrechas relaciones con la gran nación norteña, con un alto grado de integración económica y demográfica; al tiempo que las naciones de América del Sur están mucho menos entrelazadas con Estados Unidos. La relación de Estados Unidos con América Latina ha evolucionado a un poco más que la suma de sus relaciones con cada país. Cuando los latinoamericanos hablan de la cooperación regional de hoy, por lo general esto significa la cooperación con otras naciones de América Latina, no con Estados Unidos.

La mayoría de las naciones de América Latina sabe la importancia del comercio y la inversión de Estados Unidos para sus economías, y está dispuesta a tener relaciones económicas productivas con los norteños. La mayor parte de la región da la bienvenida a Estados Unidos como socio económico y comercial, pero también están creando alianzas con Europa, China y otros países del mundo. Las naciones de América del Sur ya no ven a Estados Unidos con un papel permanente en la solución de los retos políticos y de seguridad regional. Teniendo en cuenta la enorme asimetría del poder y la riqueza entre Estados Unidos y América Latina, los muchos temas e intereses que los dividen y el recuerdo histórico de los abusos de Estados Unidos, siempre habrá un grado de tensión en la relación, que a veces puede girar hacia la hostilidad y el conflicto. Aunque los recientes esfuerzos de reconciliación entre Estados Unidos y Cuba deben suavizar un poco las relaciones de Estados Unidos con la región, es poco probable que sean suficientes para reformularla.

¿Podrá evolucionar la CELAC hacia un mecanismo de integración regional, capaz además de representar a América Latina en sus vínculos fundamentales con América del norte?

Resulta difícil ver a la CELAC como un mecanismo clave para la integración regional o como un actor importante en las relaciones entre Estados Unidos y América Latina. Es, por supuesto, una organización muy joven e incipiente, que sirve fundamentalmente como un foro público. Es difícil saber si se puede o no convertir en una institución que tenga la capacidad y los recursos para movilizar a los países miembros, construir un compromiso con la unidad y la cooperación regional y, efectivamente, unir esfuerzos nacionales para hacer frente a muchos desafíos de América Latina. Lo que sí, de seguro, requerirá la CELAC para evolucionar en estas direcciones será un compromiso sólido y un fuerte liderazgo de los principales países de la región, que aún no tiene. China ha identificado a la CELAC como un marco institucional útil para la gestión de sus relaciones con América Latina, pero el gigante asiático sigue llevando a cabo la mayor parte de su diplomacia y de sus compromisos económicos sobre una base bilateral.