Estados Unidos y América Latina andan por caminos separados, mientras varias instituciones hemisféricas disminuyen en relevancia

Inter-American Dialogue

Cuba Posible ha decidido tocar a la puerta de varios expertos latinoamericanos y estadounidenses para conversar sobre la integración latinoamericana y las relaciones “Norte-Sur”. En esta ocasión dialogamos con Peter Hakim y Michael Shifter, presidente emérito, y presidente en funciones, del Diálogo Interamericano, con sede en Washington DC, quienes respondieron de manera conjunta el cuestionario.

En su opinión, ¿cuál es el estado actual de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina? ¿Cuánto influyen las posiciones de Estados Unidos en las políticas internas de los países latinoamericanos, y cuánta influencia poseen los intereses de la región en las políticas domésticas de Estados Unidos?

Al menos durante los últimos doce años, Washington se ha relacionado con América Latina a través de relaciones bilaterales, que difieren de país a país.  Estados Unidos dejó de tener una agenda regional para América Latina. Casi se ha vuelto anacrónico hablar sobre las relaciones Estados Unidos-América Latina, o sobre la política de Estados Unidos hacia América Latina.

La iniciativa más importante hacia la región, que involucra a varios países de la misma, es la Alianza soportada por Estados Unidos, que busca cooperar con los tres países del Triángulo Norteño de Centroamérica: El Salvador, Guatemala y Honduras. Por otra parte, Estados Unidos nunca buscó un acercamiento al grupo de países liderados por Hugo Chávez, los países de ALBA. Asimismo, cada una de las cuatro naciones del Mercosur ha tenido una relación notablemente diferente con Estados Unidos. Por otro lado, Estados Unidos sí ha desarrollado lazos con los cuatro países de la Alianza del Pacífico, aunque con cada uno ha tenido una relación altamente distinta. Incluso, se ha hecho difícil especificar las normas básicas y los objetivos importantes que pueden distinguir la política de Estados Unidos con América Latina, de su política con Asia o África, por ejemplo.

Durante la Guerra Fría los asuntos de seguridad encabezaron la agenda de Washington, que se enfocó en retener a los comunistas, revolucionarios y, a veces, a los más moderados movimientos de ala izquierda lejos del poder. Después de la caída del Muro de Berlín y el desplome de la Unión Soviética, Estados Unidos, con la presidencia de George H. W. Bush, promovió la idea de construir un hemisferio económicamente integrado y desarrollar instituciones regionales para la protección colectiva y la promoción de la democracia.

Antes de los finales del siglo XX, la noción del establecimiento de amplios vínculos hemisféricos-cooperativos estaba debilitándose. Después de los ataques del 9/11 en Nueva York y Washington, Estados Unidos enfocó la atención de su política exterior, cada vez más, en el Medio Oriente y en Asia. Por su parte, las naciones latinoamericanas se hicieron más independientes y “asertivas” en sus políticas regionales e internacionales. Ellas se comprometieron con un rango más amplio de socios globales, con China que se destaca, y establecieron nuevas instituciones regionales que excluyeron a Estados Unidos. De igual modo, Estados Unidos se ha involucrado cada vez menos en la región, y se distanció de las naciones de América del Sur. La influencia de Washington ha disminuido a lo largo de América Latina.

Para la mayoría de los países latinoamericanos, sin embargo, las relaciones económicas con Estados Unidos permanecen vitales. Estados Unidos sigue siendo la mayor fuente de inversión extranjera y es el primer o segundo socio comercial para casi todas las naciones en la región.

En este momento, la influencia norteamericana es más fuerte en Centroamérica y el Caribe, donde se concentra el mayor el volumen de asistencia norteamericana en seguridad y desarrollo, y donde los asuntos de inmigración, tráfico de drogas y seguridad pública son especialmente importantes. (Nótese que en esos países centroamericanos, como Costa Rica, Panamá y Nicaragua, con una tasa relativamente baja de crimen y una migración limitada, el perfil norteamericano decae bruscamente.)

La influencia norteamericana en México también es considerable, derivando de la integración económica y demográfica profunda de los dos países, aunque el tamaño de México le permite una independencia mayor que Centroamérica. Aparte de Colombia, el compromiso norteamericano y su influencia en América del Sur está a un punto bajo. Desde el 2000, Estados Unidos ha proporcionado al gobierno colombiano unos $10 mil millones en ayuda para sus batallas contra las guerrillas de las FARC y las drogas ilícitas, y ahora continúa apoyando la transición de Colombia a la paz. Aparte de los lazos comerciales, el papel norteamericano en el resto del continente, incluso en países gravemente necesitados o en conflictos, ha sido mínimo.

Por su parte, los países latinoamericanos tienen poca o ninguna influencia en las políticas domésticas norteamericanas. Incluso, el vecino México lleva un peso pequeño dentro de Estados Unidos, a pesar de la larga frontera común de los dos países, sus extensas relaciones económicas (con la cuenta de dos-tercios del intercambio económico latinoamericano con Estados Unidos), y los 35 millones de residentes de origen mexicano en la nación norteña.

¿Cómo deberíamos aspirar que sean las relaciones entre Estados Unidos y América Latina? ¿Qué condiciones pueden facilitarlo? ¿Qué actores están llamados y/o en mejores condiciones para hacer evolución este proceso?

Trump, es más, continúa demostrando indiferencia o ignorando la cooperación bilateral de Estados Unidos-México en los años recientes, en problemas críticos como la seguridad, la migración, y los asuntos económicos y financieros. Él no ha mostrado preocupación en lo absoluto sobre el daño que sus planes podrían infligir en la economía mexicana o su costo al pueblo mexicano. Con su descuido, Trump puede terminar conduciendo a este país vecino hacia dificultades serias. Será una etapa en que los gobiernos deberán ocuparse de la defensa de la independencia e integridad de sus naciones ante Estados Unidos.

Hasta ahora, las palabras de Trump y sus acciones con respecto a México pueden ser el mejor indicador que tenemos de su pensamiento sobre América Latina. México es un representante para América Latina, y quizás para las políticas norteamericanas a nivel mundial. El muro fronterizo de Trump, por ejemplo, si se construye, no es meramente una barrera para dejar fuera a inmigrantes no deseados o asegurar la seguridad de los americanos. Será un potente símbolo de antipatía hacia los inmigrantes y una señal para América Latina y el resto del mundo. Además, sus declaraciones políticas se mueven entre satisfacer a los americanos que lo eligieron y, a su vez, mantenerlos movilizados detrás de él.

Con su amenaza de desechar el TLC e imponer aranceles rígidos sobre los productos mexicanos, Trump está anunciando su proteccionismo al mundo. Él exige a las compañías norteamericanas producir en Estados unidos, sin tener en cuenta las oportunidades en otros países. Será un error esperar que el “campeón” de “Primero América” vaya a defender un comercio mayor o las iniciativas de inversión extranjeras en América Latina, o en cualquier otra parte. Países con tratados de libre comercio con Estados Unidos deben prepararse para la presión a favor de los intereses del gobierno  norteamericano.

Los países sin tratados de comercio con Estados unidos, como Brasil y Argentina, es improbable que se beneficien mucho de una fisura entre Estados Unidos y México. Trump está llevando hoy una cruzada personal para detener a las compañías norteamericanas que invierten en México y para reducir las importaciones de China y Alemania. América del Sur no estará exenta.

Los gobiernos latinoamericanos son conscientes de los riesgos potenciales que la administración Trump presenta a sus economías, y están empezando a discutir cómo ellos podrían dirigírseles conjuntamente. Las probables reuniones entre los ministros de exteriores y de comercio del Mercosur y la Alianza del Pacífico, están animando señales tempranas de que los líderes de América Latina desean tratar de encontrar estrategias regionales coordinadas. Algunos observadores sugieren que las políticas de Trump pudieran proveer la motivación necesitada por las naciones latinoamericanas para superar sus divisiones actuales y empezar a construir una región económicamente más integrada. En el futuro cercano, sin embargo, las debilidades continuadas de las economías de la región y los problemas políticos de muchos países, parecen tener un progreso difícil.

A veces, se han levantado expectativas de que la emergencia en América Latina de una clase media que se ensancha, junto al comercio externo, y a la vigorización y extensión de sociedades civiles en la región, podrían abrir el camino hacia una confianza mayor y unas relaciones interamericanas más constructivas. Hasta ahora, sin embargo, Estados Unidos y América Latina andan por caminos separados, mientras vastas instituciones hemisféricas disminuyen en relevancia.

¿Qué instrumentos (ya sean existentes, tal como son o de manera redimensionada, o de nueva creación), pudieran garantizar una relación hemisférica basada en la concertación y la cooperación, el desarrollo y la seguridad, la justicia y la paz?

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