El primer año de la administración Biden

Biden and Latin America Collage Fundación Centro de Estudios Americanos / CEA

En esta nueva publicación de Fundación de Estudios Americanos, Peter Hakim, presidente emérito del centro de estudios Inter-American Dialogue, José Octavio Bordon, presidente del Consejo Argentino para las Relaciones Internacionales y miembro del Diálogo Interamericano, y otros analistas argentinos y estadounidenses analizan el primer año de presidencia de Joe Biden y los desafíos que tienen por delante. 

Comentarios de Peter Hakim:

"La elección de Biden en 2020 inmediatamente creó grandes expectativas que América Latina recuperaría alguna importancia para los cálculos de la política exterior de Washington y que el enfoque dominante y coercitivo hacia la región de la era Trump rápidamente sería reemplazado por un espíritu más amistoso y cooperativo en las relaciones entre los Estados Unidos y América Latina. Incluso había un cierto optimismo de que la agenda política de los Estados Unidos en la región le daría prioridad a políticas basadas en los valores, tales como proteger y avanzar la democracia, defender los derechos humanos, promover el crecimiento y la reducción de la pobreza y fortalecer el multilateralismo.

Sin duda, ha habido progreso en varios de estos frentes. Pero las expectativas mayormente no se han cumplido. Durante el primer año de Biden en la presidencia, las relaciones de los Estados Unidos con América Latina apenas han cambiado. Sí, Biden ha eliminado algunas de las políticas más desagradables e inhumanas introducidas por Trump para frenar la migración desde la región (y la mayoría del resto del mundo), por ejemplo, poniendo fin a la separación de niños pequeños de sus padres en la frontera.

Pero la mayoría de las políticas de Trump siguen ampliamente intactas, aún aquellas que violan acuerdos internacionales tales como forzar a los que buscan asilo político a regresar a México para esperar los resultados de sus apelaciones. No es que Biden y sus asesores se opongan a actualizar la agenda de los Estados Unidos en América Latina. Por el contrario, la administración se ha visto frustrada por una variedad de factores que ha sido incapaz de controlar.

La realidad política de los Estados Unidos – incluyendo un Congreso marcadamente dividido y profundamente polarizado- ha sido un obstáculo crítico. El continuado apoyo público y legislativo a las políticas de Trump, de las duras restricciones migratorias a las severas –y mayormente contraproducentes- sanciones económicas impuestas a Venezuela y Cuba, son una dura barrera para cualquier cambio en las políticas hemisféricas de Washington. Las iniciativas políticas de Biden, tanto en política exterior como doméstica, han estado determinadas y restringidas desde el comienzo por su comprensible preocupación acerca del riesgo de perder las estrechas mayorías legislativas del Partido Demócrata en las elecciones parlamentarias de este año.

Otro fuerte obstáculo para la reconstrucción de los vínculos entre los Estados Unidos y América Latina es la considerable desconfianza de Washington en toda la región. En parte, esta desconfianza refleja el deterioro de la gobernanza democrática en los Estados Unidos, el incremento en las desigualdades económicas y sociales, la intensificación de las hostilidades entre sus ciudadanos, y su enfoque fallido en muchos desafíos de la política exterior. La confianza en los Estados Unidos ha estado disminuyendo a lo largo de los años; se desplomó durante la presidencia de Trump, y continúa siendo baja en muchos países. Los dos años de pandemia Covid le han dado a América Latina más razones para ser escéptica acerca del interés de Washington en la región y su capacidad como socio. Por ejemplo, desde el comienzo de la pandemia, Estados Unidos ha practicado una especie de “nacionalismo del Covid”. Ha hecho poco para ayudar a América Latina en la batalla contra el virus y sus mortales consecuencias. Tampoco ha intentado liderar en una estrategia hemisférica coordinada para controlar la pandemia y restaurar las debilitadas economías de la región.

Las relaciones entre los Estados Unidos y América Latina hoy no tienen ancla y están a la deriva. La situación puede empeorar si la rivalidad entre Estados Unidos y China se vuelve más pública y notable. Con su importante y creciente dependencia del comercio y las finanzas chinas, las naciones latinoamericanas, comprensiblemente, no han recibido bien la presión de los Estados Unidos, ya sea de Trump o Biden, a resistir la influencia política y económica china en la región.

No sorprende que las profundamente conflictivas políticas y economías de América Latina estén frustrando la posibilidad de mejores relaciones entre la región y los Estados Unidos. Hoy, hay menos democracia, más regímenes autoritarios, recesiones económicas extremas (debido tanto a la pandemia como a varios años previos de crecimiento desalentador), más violencia y corrupción, y menos cooperación en el hemisferio que en cualquier otro momento en los últimos 30 años. Y dentro de América Latina, los esfuerzos de coordinación económica—del acuerdo de tres décadas del Mercosur al Sistema de Integración Centroamericana a la recientemente forjada Alianza del Pacífico—han logrado poco, y hoy están virtualmente paralizados. Los acuerdos políticos alguna vez anunciados, reuniendo a las naciones en diferentes grupos regionales, han colapsado. El fracaso de la cooperación económica involucra a la Organización de los Estados Americanos y al Banco de Desarrollo Interamericano, dos de las instituciones más duraderas e inclusivas del hemisferio.

Independientemente del presidente que esté en la Casa Blanca, ahora es posible que las relaciones entre Estados Unidos y las naciones de América Latina continúen enfriándose y se vuelvan más distantes en los próximos años –al menos hasta que los Estados Unidos y la mayoría de las naciones latinoamericanas tengan éxito en reparar sus maltrechos arreglos políticos y económicos en sus propios países".

[...]

Comentarios de José Octavio Bordón:

"La actual administración demócrata se encuentra conducida por un líder de sólida trayectoria política. Desde el primer día, su administración ha enfrentado presiones de distinta intensidad, que han probado al hombre y al político de manera simultánea. En el plano internacional, los retos que afronta Estados Unidos son el resultado de una transformación sistémica mayor, de la competencia de largo plazo de China junto con los desafíos inmediatos que plantea Rusia. Para ello decidió 1) terminar con el enfrentamiento militar más largo en la historia del país, iniciado como consecuencia del trágico ataque a las torres gemelas y sobre el que la Administración Trump ya había concretado compromisos previos; 2) continuar el reposicionamiento en el indo-pacífico, política iniciada cuando Biden era vicepresidente y, 3) trazar una línea divisoria entre los regímenes democráticos y los autocráticos. Su firmeza en la acción no estuvo exenta de brindar y aceptar diversas oportunidades a la negociación permanente.

Las presiones en el ámbito doméstico fueron igual de intensas. Abocado a recuperar el legado de F.D. Roosevelt ha logrado una ley de modernización de infraestructura al tiempo que gran parte de su agenda política se centró a tratar de superar las divisiones internas que llevaron a la invasión del Capitolio el 6 de enero de 2021.

En la agenda global busca reconstruir una narrativa de solidaridad internacional basada en la prudencia política y la responsabilidad que se debe tener como comunidad internacional en los temas de cambio climático, inclusión, derechos humanos, democracia y desarrollo. Emulando las palabras de J.F. Kennedy demanda a la comunidad de democracias sobre qué se debe y puede hacer para consolidar un orden internacional más justo.

Para América Latina en general y Argentina en particular, se ha mostrado atento a las demandas creadas por la pandemia, asistiendo a la región con insumos médicos y vacunas, que aunque insuficientes (como ha ocurrido con otras iniciativas nacionales o multilaterales), ha sido claramente un cambio de actitud y políticas respecto de la Administración anterior. Facilitó el dialogo entre los países y los organismos internacionales, y busca acompañar a la región en mantener la defensa de la democracia que tanto costó conseguir. En ese sentido, el tiempo y la preparación de la Cumbre de las Américas el presente año, a realizarse en Estados Unidos, será un desafío y una prueba fundamental para la relación Inter-Americana que desde hace un lustro no viene transitando su mejor momento. Será un desafío para todos los gobiernos: desde Canadá al Norte hasta Argentina y Chile en el Sur.

Adicionalmente, en 2022, los desafíos que enfrenta son múltiples. El sistema internacional seguirá presionando a Estados Unidos con potenciales crisis territoriales producto de la competencia geopolítica, deberá continuar con los esfuerzos para lograr el cierre de la pandemia, mantener el crecimiento económico logrado y alcanzar el mayor grado de estabilidad estratégica de cara a los conflictos estatales y no estatales que la sociedad norteamericana, la región y la situación global demandan para resolver viejas herencias del siglo XX y los nuevos desafíos que las ciudadanías actuales y los riesgos globales demandan: una democracia y un multilateralismo renovado. De cómo afronte en el plano doméstico y en la comunidad internacional dichos desafíos, dependerá el legado de su presidencia".

[…]

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