Barack Obama en La Habana

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Según Ben Rhodes, viceasesor de Seguridad Nacional de la Casa Blanca, el viaje del Presidente Barack y Michelle Obama a Cuba, previsto para el 21 y 22 de marzo, apunta a la normalización de las relaciones con la isla que inició hace poco más de un año una “política irreversible.” Desde la perspectiva de Estados Unidos esta política se ve bastante irreversible.

Para ser honestos, EE.UU. y Cuba no se muestran todavía particularmente amables, ni se apoyan. El hecho es que siguen siendo bastante críticos el uno con el otro, aunque han recorrido un largo camino hacia la reparación su relación fracturada y hostil. El progreso en los últimos 13 meses es impresionante. Los dos países han establecido relaciones diplomáticas normales y abierto embajadas de pleno derecho en La Habana y Washington. Cuba ha sido eliminada de la lista de naciones patrocinadoras del terrorismo. Los presidentes Obama y Castro llevaron a cabo dos prolongadas reuniones el año pasado y las barreras de EE.UU. para viajar y mandar transferencias financieras a Cuba han disminuido considerablemente.

A pesar de que el embargo comercial, ordenado por el Congreso de EE.UU, sigue en pie el bloqueo de los viajes y el comercio entre ambos países se está debilitando progresivamente. El mes pasado se alcanzó un acuerdo para establecer ya el transporte aéreo regular entre los dos países, que permitirá más de 100 vuelos al día. La primera fábrica propiedad estadounidense, para producir maquinaria agrícola, está abriendo en La Habana. Las transacciones entre los bancos están ya permitidas y el servicio de ferry entre La Habana y Miami comenzará pronto. Se han iniciado negociaciones con el fin de resolver las reclamaciones financieras de ciudadanos de EE.UU al gobierno cubano.

Con todo esto en mente, es difícil imaginar un retroceso importante en las relaciones. Sin duda, una vuelta atrás en la política de Estados Unidos haría quedar bastante mal a Washington y levantaría preocupaciones acerca de su fiabilidad como socio internacional. Sorprendentemente, ha habido poca oposición en EE.UU. a cualquiera de las medidas de la Casa Blanca. A pesar de que los republicanos tienen amplia mayoría en ambas cámaras, no han tratado de impedir ni incluso retrasar los cambios. Hasta la fecha, las únicas propuestas presentadas en el Congreso están dirigidas a debilitar, no a bloquear el embargo.

Tampoco ha surgido ninguna resistencia seria en Miami, bastión del sentimiento anticastrista -ni una sola protesta o manifestación significativa. De hecho la mayoría de los ciudadadanos de EE.UU. aprueba los cambios, entre ellos la mayoría de votantes republicanos y de los cubanoamericanos. Incluso, si uno de los dos candidatos cubano-americanos a la presidencia, – Ted Cruz o Marco Rubio, los dos especialmente conocidos oponentes a la reconciliación- fueran elegidos presidentes, sería poco probable que hubiera un retroceso aunque sí podría estar en riesgo un progreso más amplio.

Los objetivos del viaje

El presidente Obama no visita Cuba porque le preocupe que la política de Estados Unidos hacia Cuba regrese a su previo estado de hostilidad. La cuestión es si esa política puede y va a dar lugar a nuevos avances, especialmente por parte de La Habana. En Washington, la crítica más común a los esfuerzos de reconciliación es que Cuba no está haciendo lo suficiente, crítica que el presidente parece compartir. Hace sólo unos meses, cuando se le preguntó en una entrevista sobre un posible viaje a Cuba, el presidente Obama dijo que quería aprovechar la visita para destacar los avances hacia “la libertad, el derecho a elegir de los cubanos” al tiempo que observaba su preocupación porque Cuba habría “retrocedido” en ese aspecto.

De hecho Obama estaba reafirmando el objetivo central del cambio de su política hacia Cuba e identificando el criterio para medir el éxito de ese cambio: el grado de apertura de la cerrada economía y de la sociedad de Cuba para mejorar la situación de los cubanos, darles derecho a expresar sus opiniones y permitirles elegir a sus líderes. Por su parte Cuba se resiste a que la definición de éxito, como sugiere frecuentemente que EE.UU, sea un “cambio de régimen” que remplace el orden político y económico cubano, sólo que ahora con diferentes tácticas.

Cuba es el único país del hemisferio occidental que rechaza elecciones libres. 

Pero Cuba es la responsable de dirigir su política y sus acciones al cumplimiento de las normas regionales o internacionales. Cuba es el único país del hemisferio occidental que rechaza elecciones libres. Cuba rechaza la norma de la independencia judicial y su historial en materia de derechos humanos y libertad de expresión sigue siendo especialmente triste. La inviable política económica del país limita severamente las oportunidades de los cubanos y mantiene a muchos de ellos en la extrema pobreza.

El presidente Obama, como debe ser, intentará animar al gobierno de Cuba a flexibilizar más resueltamente las limitaciones de la economía y de la vida política de la isla, haciendo hincapié en el apoyo que podría llegar desde Washington si llegara a hacerlo. Pero es difícil imaginar que se logre algo más que un modesto éxito. El lento ritmo de las reformas económicas de Raúl Castro es indicativo de las dificultades de lograr un cambio en Cuba. Sin embargo los vientos políticos indican que éste puede ser un momento propicio para un intercambio constructivo de opiniones. En medios públicos y privados se percibe que los problemas se están discutiendo en Cuba y que las diferentes opciones están bajo consideración. La visita de Obama es una manera de reforzar a los cubanos partidarios de la reforma. La Casa Blanca está tratando de aprovechar el considerable apoyo que hay en EE.UU. para mantener unas relaciones más cálidas con Cuba.

El alcance de las reformas en Cuba

Las medidas introducidas en los últimos años han conducido al crecimiento del sector privado. Más de un millón de cubanos, alrededor del 20 por ciento de la fuerza de trabajo, lo son hoy por cuenta propia o trabajan en empresas privadas o cooperativas. Hasta ahora nadie está muy seguro de lo que pueda ser de esta economía independiente. Con estadísticas extremadamente limitadas, las pruebas siguen siendo en gran parte anecdóticas. Está claro que hay muchas historias de éxito, pero las tasas de supervivencia y la rentabilidad de las nuevas empresas son desconocidas. La gran mayoría de los negocios tiene sólo uno o dos empleados y se enfrenta a una variedad de problemas, incluyendo la falta de mercados al por mayor, altos impuestos y regulaciones onerosas e inciertas. Las intenciones del gobierno siguen siendo difíciles de descifrar. Las autoridades cubanas insisten en que van a modernizar y ajustar la economía, pero también dicen que no alterarán el sistema socialista.

El cambio social y político en Cuba es aún más difícil, pero nadie debe ignorar los cambios que han tenido lugar recientemente. El cambio de más impacto ha sido la sorprendentemente rápida expansión de una rica diversidad de instituciones semi-autónomas. Estos grupos, en su mayoría pequeños, con sede en La Habana, han creado oportunidades para el debate y la promoción de una serie de cuestiones sociales, políticas y económicas fundamentales, incluyendo relaciones raciales, derechos de las mujeres y de LGBT, desafíos ambientales, creatividad cultural y libertad de expresión. Convocan reuniones y foros, organizan debates, preparan y distribuyen artículos e informes, publican blogs y boletines regularmente, y patrocinan eventos culturales. El deshielo de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba ha incrementado la confianza de estos grupos y les ha dado un mayor grado de optimismo sobre el futuro.

Sin embargo, todos ellos son frágiles y vulnerables. Ocupan un espacio indefinido en Cuba. No están autorizados por el gobierno, pero tampoco son ilegales. A pesar de los riesgos, el hecho de que existan estas instituciones y operen abiertamente y que sus números estén creciendo es una gran razón para tener cierto optimismo sobre las perspectivas de llegar a una sociedad más abierta en Cuba. No hay duda de que la visita de los Obama contribuirá enormemente a crear entre los cubanos un sentimiento de buena voluntad hacia EE.UU. De hecho ha estado se ha creado desde el 17 de diciembre de 2014, cuando los presidentes Castro y Obama anunciaron el deshielo en las relaciones.

El viaje de Obama dará la oportunidad al pueblo cubano de demostrar el alto valor que le da a una cálida y sólida relación con su vecino más cercano. Podría mostrar incluso más entusiasmo que el exhibido en el recibimiento al Papa Francisco el año pasado. La presencia de Obama ayudará a cimentar el progreso hacia la normalización de las relaciones y hará que sea mucho más difícil un retroceso independientemente de los resultados de las elecciones presidenciales de 2016 de los Estados Unidos o del resultado del congreso del Partido Comunista de Cuba en abril o de la transición prevista en la presidencia de Raúl Castro en 2018.

Lo que queda por ver

Queda por ver en qué medida ayudará a lograr una economía, una sociedad y una política cubana más abierta, que es y debe ser el objetivo más importante del presidente Obama. Algo que podría ser muy relevante es ver si el presidente de Estados Unidos puede reunirse con cubanos de a pie, – que no sean funcionarios o líderes religiosos, culturales o disidentes- si no simplemente reunirse con gente normal. Eso sería único para un líder extranjero en Cuba y serviría a los puntos fuertes de Obama.

Cuba es una prueba para la política exterior de Obama que, desde el inicio de su mandato, consiste en un llamamiento para el entendimiento tanto de adversarios como de amigos en la construcción de la paz y la promoción de los Derechos Humanos.

Para Obama el viaje será la ocasión para observar de primera mano el resultado de su política exterior más exitosa y menos controvertida. Es cierto que el Tratado sobre armas nucleares con Irán o la Asociación de Comercio Transpacífico son más ambiciosos y, que si tienen éxito, tengan un impacto más amplio. Pero hasta ahora sólo la iniciativa cubana goza de una amplia aprobación en EE.UU. Cuba es una prueba para la política exterior de Obama que, desde el inicio de su mandato, consiste en un llamamiento para el entendimiento tanto de adversarios como de amigos en la construcción de la paz y la promoción de los Derechos Humanos.

Obama lo expresó de esta manera en su discurso de aceptación del Premio Nobel: “… En un mundo en el que las amenazas son más difusas y las misiones más complejas, Estados Unidos no puede actuar sola… La promoción de los derechos humanos no puede basarse solo sobre la exhortación. A veces, debe ir acompañada de una diplomacia esmerada. Yo sé que el compromiso con los regímenes represivos carece de la pureza satisfactoria de la indignación. Pero también sé que las sanciones sin más – condena sin discusión – pueden lograr solamente un status quo paralizante. Ningún régimen represivo puede moverse en un nuevo camino a menos que tenga la opción de una puerta abierta”.

Obama debería estar orgulloso de lo que ha logrado en Cuba. Debería hacer un uso total de su viaje para mostrar cuán importantes han sido hasta ahora los cambios y poner de relieve el gran potencial, todavía no descubierto, para mejorar la vida del pueblo cubano.


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